The 7 Habits of Highly Effective People
Una mirada compacta a un clásico de la autoayuda.
Un despacho en la esquina. Una familia cariñosa. Un profundo sentimiento personal de logro. Todos tenemos metas a las que aspiramos. Pero incluso los mejores de nosotros podemos sentir a veces que nuestros objetivos nos sobrepasan. Ojalá hubiera una forma de aprovechar nuestro potencial oculto.
Pues resulta que sí la hay. Para sacar el máximo partido de ti mismo y de tu vida, sólo tienes que desarrollar los hábitos adecuados. En este resumen, vamos a repasar las ideas de una de las guías de autoayuda más influyentes de todos los tiempos: Los 7 Hábitos de la Gente Altamente Eficaz, de Stephen R. Covey.
Lleva décadas en los primeros puestos de las listas de libros más vendidos, y también es el título más popular de la Biblioteca AstraEd. Y hay una muy buena razón para ello. En este resumen, compartiremos consejos perspicaces y ejemplos instructivos que te ayudarán a tomar las riendas de tus rutinas, y a cultivar un estilo de vida que te conduzca al éxito.
Para tener éxito, debemos cultivar hábitos alineados con buenos principios.
Imagina que visitas una ciudad extranjera por primera vez. Las calles no te resultan familiares y las señales están en un idioma que no entiendes. ¿Cómo te orientarás? ¿Y cómo llegarás a tu destino?
Si preguntas a un desconocido en la calle, puede que recibas algunos consejos como "¡Gira a la derecha!" o "¡Coge este autobús!". Y claro, puede que te ayuden a corto plazo. Pero al final, acabarás perdido de nuevo. Una estrategia más eficaz sería buscar un mapa, ¿verdad? Con una imagen precisa del mundo que te rodea, puedes encontrar tu propio camino - una y otra vez.
Pues navegar por la vida es parecido. Aunque algunas pequeñas acciones pueden ser útiles, es mucho más valioso comprender algunos principios fijos y rectores y convertirlos en un hábito para seguirlos.
Cuando el autor Stephen Covey examinó 200 años de consejos de autoayuda, observó un patrón interesante. Descubrió que la mayoría de los consejos que se dan siguen uno de dos paradigmas. El primero es la Ética de la Personalidad. Este paradigma sostiene que el éxito proviene del aprendizaje de una serie de trucos y técnicas. Dice que si hablas de la forma correcta o realizas las tareas adecuadas, alcanzarás tus objetivos. Este consejo es atractivo, pero a menudo conduce a cambios superficiales que no marcan una diferencia fundamental.
El segundo paradigma es diferente. Se basa en la Ética del Carácter. Este enfoque sostiene que existen principios subyacentes al éxito. Estos principios no son específicos de una situación concreta. Son verdades profundas e inmutables sobre el mundo. Si alineamos nuestro carácter interior con estas reglas, lograremos resultados duraderos.
Entonces, ¿cómo funciona este paradigma en la práctica? Digamos que quieres un matrimonio más feliz. La Ética de la Personalidad te diría que adoptes un nuevo estilo de comunicación o que te tomes un determinado tipo de vacaciones. En cambio, la Ética del Carácter te anima a trabajar en ti mismo. Dice que debes convertirte en el tipo de persona que tiene un buen matrimonio cultivando un carácter basado en principios como la justicia, la empatía y la confianza.
Por supuesto, es más fácil decirlo que hacerlo. Si quieres desarrollar un carácter interior basado en buenos principios, entonces tienes que cambiar la forma en que percibes y enfocas sistemáticamente el mundo que te rodea. En pocas palabras, realizar cambios basados en el paradigma del carácter requiere que cultives buenos hábitos.
En el siguiente resumen, te guiaremos a través de estos hábitos uno a uno.
Toma el control proactivo de tu respuesta al mundo.
Hay una pregunta sencilla que ha obsesionado a científicos, filósofos y gente corriente durante milenios: ¿Qué te hace ser tú?
¿Qué te hace ser tú?
Algunos sostienen que todo tiene que ver con la genética, que la evolución humana y nuestro propio ADN dictan nuestras vidas. Otros señalan a nuestros padres. Dicen que lo más importante es quién nos crió y cómo nos criaron. Y otros insisten en que son nuestro entorno y las circunstancias inmediatas las que reinan con supremacía.
La verdad es que ninguna de estas respuestas es suficiente. Todas son demasiado deterministas, es decir, dicen que nuestras vidas están a merced de influencias externas. Pero las personas altamente eficaces tienen la costumbre de enfocar el mundo de otra manera. Se dan cuenta de que, aunque no podemos controlarlo todo, podemos controlarnos a nosotros mismos, lo que nos lleva a nuestro primer hábito.
Una de las diferencias cruciales entre los humanos y los demás animales es nuestra capacidad de autoconciencia. Los animales dependen en gran medida de los estímulos externos. Cuando se encuentran con algo en el mundo, suelen reaccionar de forma preprogramada. En cambio, los humanos pueden detenerse, reflexionar y decidir cómo responder.
Cuando eres proactivo, tienes la libertad de elegir cómo relacionarte con el mundo que te rodea y la oportunidad de determinar tu propio destino. Por ejemplo, puedes dejar que una lluvia inesperada arruine tus planes de picnic. O puedes centrarte proactivamente en lo positivo. En lugar de preocuparte por el tiempo, puedes dirigir tu energía a disfrutar del tiempo con tus amigos, a pesar de la tormenta.
Esto funciona incluso en las circunstancias más terribles. Piensa en el famoso psiquiatra Viktor Frankl. Pasó la II Guerra Mundial encerrado en un campo de concentración. Mientras sus torturadores determinaban todas sus condiciones externas, él se dio cuenta de que seguía al mando de sus respuestas. En lugar de perder la esperanza, pasaba cada día imaginando un futuro mejor en el que podría enseñar a los estudiantes cómo había sobrevivido al horror. Esta respuesta proactiva le dio la fuerza para salir adelante y alimentó su posterior carrera como educador.
Con la práctica, tú también puedes fomentar el poder de dar forma activamente a tu respuesta ante cualquier dificultad. Cuando te encuentres con un obstáculo en el trabajo o en tu vida personal, presta especial atención a tu forma de actuar. No sucumbas inmediatamente a tus instintos iniciales. En lugar de eso, da un paso atrás, considera las causas profundas del problema y, a continuación, centra tu energía en lo que realmente puedes influir positivamente.
Comienza cada tarea con un resultado deseado.
Empecemos con un ejercicio mental ligeramente morboso: Imagina que son tres años en el futuro y, por desgracia, has fallecido. Sí, es una tragedia. Pero ahora, todos tus amigos, familiares y compañeros se han reunido para tu funeral. Cada uno sube por turnos al estrado y pronuncia un panegírico. ¿Qué quieres que digan de ti?
Claro que es duro pensar en ello, pero también es instructivo. De repente, los detalles sin importancia de la vida diaria se desvanecen, y todas tus verdaderas prioridades salen a la luz. Ahora piensas en tus relaciones, en tus logros y en el mundo que quieres dejar atrás.
Como demuestra este sombrío experimento, considerar tu resultado final es un aspecto esencial de la organización de tu vida. Por eso, las personas altamente eficaces tienen el hábito de pensar las cosas con detenimiento, lo que nos lleva a nuestro segundo hábito: empieza cada tarea con un resultado deseado.
Cada vez que realizas una acción, ya sea grande o pequeña, en realidad la estás haciendo dos veces. Verás, antes de llevar a cabo físicamente un proceso, primero debes imaginarlo conjurando un plan. Estos planes pueden ser rápidos y casuales, como una lista mental de tareas pendientes, o densos y detallados, como un plan de negocio bien estructurado.
De cualquier forma, es importante pensar en el futuro, ya que te ayuda a navegar por el presente. Piensa en la construcción de la casa de tus sueños. Antes de enmarcar la casa o levantar el tejado, es aconsejable elaborar un anteproyecto. Al fin y al cabo, sin una imagen clara de lo que estás construyendo, el proceso de construcción será un desastre caótico. Cometerás errores costosos, desperdiciarás materiales valiosos y probablemente no estarás contento con el resultado.
Es bastante fácil aplicar este principio a los proyectos a corto plazo. Por ejemplo, en el ámbito profesional, siempre es inteligente elaborar tu programa semanal con antelación y tener claros los objetivos que te gustaría alcanzar al final de cada trimestre.
Sin embargo, el principio de que los proyectos son a corto plazo es bastante fácil de aplicar.
Sin embargo, los verdaderos beneficios de este hábito se obtienen al planificar a largo plazo. Para ello, imagina tu vida deseada elaborando una declaración de misión personal. Haz una introspección seria y escribe lo que realmente esperas conseguir, los valores que quieres mantener y lo que consideras un verdadero éxito. Utiliza este documento para medir tus progresos y como guía para ayudarte a tomar decisiones. Cuando tienes claro el destino deseado, es mucho más fácil mantenerse en el camino correcto.
Pon lo primero en primer lugar.
Son las 9 de la mañana del lunes y estás en la oficina. El teléfono está sonando, la impresora se ha atascado, tienes que escribir un informe y redactar un plan de proyecto. Y espera: tu jefe llama a la puerta y quiere hablar contigo.
¿Qué abordar primero?
Incluso cuando sabes cuáles son tus objetivos, es difícil saber qué pasos dar y cuándo. El tercer hábito te ayudará: Lo primero es lo primero. O dicho de otro modo: que consiste en priorizar las tareas en función de su urgencia e importancia.
Hablemos del cómo. Hay muchos enfoques sobre la gestión del tiempo. Algunos son partidarios de hacer listas; otros dicen que debes programar tus tareas con antelación. Pero el verdadero secreto para trabajar con eficacia es organizar tus esfuerzos por prioridades, y para ello puedes utilizar una matriz de gestión del tiempo.
Una matriz de gestión del tiempo es una cuadrícula en la que enumeras todas tus tareas según dos dimensiones: urgencia e importancia. Para hacer una, coge un trozo de papel y dibuja una cuadrícula de dos por dos con cuatro casillas. La casilla superior izquierda es el Cuadrante I: tareas que son urgentes e importantes, como una crisis repentina que no se puede ignorar. La casilla superior derecha es el Cuadrante II: tareas que son importantes pero no urgentes; piensa en proyectos a largo plazo, como establecer relaciones con los clientes. Abajo a la izquierda está el Cuadrante III: es para tareas que son urgentes pero no tan cruciales, como contestar al teléfono. Por último, abajo a la derecha está el Cuadrante IV: es para todo lo que no es ni urgente ni importante, como jugar al solitario.
Una vez que hayas dividido todas tus tareas de esta forma, te resultará más fácil ver dónde centrar tus esfuerzos. Aunque los elementos del Cuadrante I son importantes, son realmente los trabajos del Cuadrante II los que merecen especial atención. A menudo son los que más se pasan por alto porque no parecen tan urgentes. Sin embargo, siguen siendo importantes, y a menudo son los que ofrecen mayores beneficios en términos de eficiencia. Si los abordas pronto, ayudarás a evitar que aparezcan nuevos elementos en el Cuadrante I.
Por supuesto, nadie puede hacerlo todo solo. A veces, lo primero es lo primero, por lo que tendrás que delegar tareas que no necesitan tu toque personal. Pero asegúrate de no microgestionar. No asignes tareas; en su lugar, pide resultados concretos. Al fin y al cabo, cuando se trata de eficacia, el resultado es lo que más importa.
Busca siempre el escenario en el que todos salgan ganando.
Estás en un partido del campeonato de fútbol. Es la competición final de la temporada. Sólo puede haber un ganador y un perdedor. Un equipo se lleva a casa el trofeo; el otro se va a casa con las manos vacías, por muy bien que haya jugado.
Por suerte, no todos los ámbitos de la vida son como éste, en el que un equipo debe triunfar y el resto fracasar. De hecho, si utilizas el pensamiento colaborativo, la mayoría de las situaciones pueden ser mutuamente beneficiosas. Por eso las personas eficaces recurren a un cuarto hábito: asegurarse de que todo el mundo obtiene un resultado positivo.
A lo largo de la vida, estructuramos nuestras relaciones utilizando determinados paradigmas que conforman nuestra forma de interactuar. Para muchas personas, el paradigma dominante es una visión del mundo de ganar-perder. Esto significa que ven cada intercambio, ya sea personal, empresarial o de otro tipo, como una competición en la que conseguir lo que uno quiere significa que las otras partes no pueden conseguir lo que quieren.
Sin embargo, este paradigma no es el único.
Aunque este paradigma es útil en algunos contextos, es desastroso en otros. Convierte todo en una competición, transformando a los socios potenciales en adversarios. Esto genera desconfianza y desarmonía y, a la larga, hace que ambas partes salgan perdiendo. Por ejemplo, imagina un equipo de ventas en el que sólo la persona con mejores resultados recibe una prima. El resto no recibe nada. Se trata de un acuerdo en el que todos ganan y todos pierden, que incentiva a cada uno a preocuparse sólo de sí mismo. Las personas que se sienten así pueden ocultar pistas o, peor aún, sabotearse mutuamente. ¿Cuál es el resultado? Menos ventas totales.
Hay una alternativa a esto, y es el paradigma ganar-ganar. Esta visión del mundo abandona la competición en favor de la colaboración. Busca resultados que beneficien a todos los implicados. Para ese equipo de ventas, esto podría significar dar primas sólo cuando todos alcancen los objetivos de ventas individuales. De este modo, la victoria de un vendedor es también una victoria para todos los demás. Este acuerdo beneficioso para todos fomenta la comunicación y el trabajo en equipo, y tendrá como resultado más ventas y trabajadores más felices en general.
¿Cuál es la mejor forma de asegurarte de que siempre buscas el ganar-ganar? Adopta una mentalidad de abundancia. Esta mentalidad no ve las cosas buenas, como el éxito, la alegría, la satisfacción o incluso los beneficios, como bienes escasos. En cambio, sabe que siempre hay mucho para todos. Cuando te das cuenta de que siempre hay más valor que obtener, es más fácil buscar formas de colaborar para conseguirlo.
Con una mentalidad de ganar-ganar, tus mayores victorias llegan cuando ves que todos jugáis en el mismo equipo.
Construye relaciones más sólidas comprendiendo de verdad a los demás.
Las palabras son borrosas, siempre estás entrecerrando los ojos y no puedes distinguir a un amigo a diez pasos de distancia. Es hora de visitar al optometrista. Ya sabes cómo suelen ser estas visitas. Lees las letras de una tabla mientras el médico te prueba distintas lentes. Al final, encuentra la lente exacta para ti.
¿Pero y si el médico adoptara un enfoque diferente? ¿Y si, en lugar de probarte los ojos, simplemente te diera sus gafas, dijera: "Éstas me han funcionado", y lo dejara así? Bueno, tu visión seguiría siendo borrosa, y probablemente buscarías un nuevo optometrista.
Parece absurdo, pero cuando se trata de comunicación, muchas personas actúan como ese médico. Ofrecen soluciones antes de comprender realmente el problema. Las personas altamente eficaces adoptan un enfoque diferente, con un quinto hábito: escuchan antes de hablar.
Una buena comunicación es el núcleo de cualquier relación significativa. Desgraciadamente, la mayoría de las personas sólo perfeccionan sus habilidades para hablar, es decir, buscan que se les entienda. Sin embargo, eso es sólo la mitad del asunto. Para cultivar realmente las conexiones personales, también debes comprender. Y para comprender de verdad a alguien, debes aprender a escuchar.
Por supuesto, escuchar significa algo más que oír. Significa captar realmente los pensamientos y sentimientos de otra persona a un nivel significativo. La mejor forma de hacerlo es practicar la escucha empática. Esta forma de escuchar requiere que sintonices con el marco de referencia de otra persona, tanto intelectual como emocionalmente. Significa escuchar las palabras de esa persona, pero también descubrir los sentimientos más profundos que hay tras ellas.
Una forma de hacerlo es no ofrecer consejos hasta que comprendas claramente lo que alguien intenta comunicar. Así, en lugar de responder a una anécdota con una historia propia, intenta identificar el sentimiento que la otra persona está intentando expresar. A esto se le llama "reflejar", y puede ser tan sencillo como decir: Eso suena frustrante, o Te parece que esto es importante. Esto mantiene la conversación centrada en la persona a la que quieres entender.
Aún así, esto no es un atajo ni un truco. Para que la escucha empática funcione, debes tener un interés sincero por los demás. Lleva tiempo, esfuerzo y práctica hacerlo correctamente. Pero si lo intentas, la gente notará y apreciará tu atención. De hecho, a menudo te corresponderán con su propia empatía y respeto. Con el tiempo, tus relaciones serán más abiertas, satisfactorias y significativas.
Crea una poderosa sinergia fomentando el intercambio abierto de ideas.
Demos un paseo por la selva tropical. Está repleta de vida y belleza. ¿Qué hace que este lugar sea tan vibrante y exuberante? ¿Son los pájaros en los árboles? ¿Las hormigas del suelo? ¿Quizá la luz del sol que atraviesa las copas de los árboles? No, no podemos atribuir el mérito a un solo elemento. En realidad, todas estas cosas están interconectadas. Es la compleja red de interacciones de la vida lo que permite que estos ecosistemas surjan y prosperen.
En la naturaleza y en las relaciones humanas, el todo es a menudo mayor que la suma de sus partes. A este fenómeno lo llamamos sinergia, y las personas altamente eficaces siempre están abiertas a liberar su potencial y a poner en práctica este sexto hábito: crear sinergias poderosas fomentando el intercambio abierto de ideas.
La sinergia puede ser un factor importante en la vida de una persona.
La sinergia puede ser difícil de definir, pero, simplificando al máximo, es la fuerza creativa que surge cuando diferentes personas se reúnen en armonía. Verás, cada persona es diferente, y cada individuo viene con un conjunto de puntos fuertes y débiles. Por eso, cuando los grupos trabajan juntos, pueden reforzar los atributos positivos de cada uno y mitigar los negativos. Al final, nace un todo mejor.
Esto puede ocurrir en casi cualquier contexto. Por ejemplo, imagina una clase en la que los alumnos puedan interactuar e intercambiar ideas libremente. ¿Qué ocurrirá? Bueno, algunos alumnos harán preguntas provocadoras, otros darán respuestas informativas y otros elevarán la discusión con íntimas percepciones personales. Al final, puede que te desvíes del plan de la lección, pero todos aprenderán más.
La forma de fomentar la energía sinérgica es crear un entorno en el que todos se sientan seguros y respetados. Esto requiere recurrir a otros hábitos, como el pensamiento ganador-ganador y la escucha empática. Cuando se ponen en práctica estos hábitos, la gente estará más dispuesta a compartir ideas, a aprovechar las aportaciones de los demás y a valorar las distintas habilidades que aportan los demás.
La energía sinérgica es una forma de fomentar la sinergia.
A David Lilienthal le funcionó. Cuando dirigió la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos tras la II Guerra Mundial, reunió a un grupo de personas muy capaces. Sin embargo, cada experto tenía sus propias opiniones, que a veces chocaban con las de los demás. Así que Lilienthal programó semanas de reuniones de grupo para que cada miembro del equipo pudiera compartir sus esperanzas, temores y razones para el programa. Estos debates abiertos crearon una atmósfera de confianza y comprensión. Al final, la Comisión desarrolló una cultura inmensamente creativa y productiva.
Como una rica ecología de especies interconectadas, los grupos más productivos son aquellos en los que los miembros se conectan y se nutren mutuamente, donde se deja que florezca la sinergia.
Tómate tiempo para cuidar de ti mismo.
Imagínate a ti mismo como un leñador laborioso. Cada día, te diriges al bosque para empezar a talar árboles. Los primeros son fáciles. Whack, whack, whack, y ya está. Sin embargo, con el tiempo, notas un patrón inquietante. Cada árbol requiere más golpes para derribarlo. Al final de la semana, derribar un solo tronco lleva toda la tarde.
¿Qué ha fallado? Es un simple error. Mientras trabajabas duro, te has olvidado de cuidar tus herramientas. Tu fiel hacha, antes elegante y afilada, ahora está desafilada e inservible.
Como muestra esta parábola, incluso los trabajadores más motivados y dedicados acaban quemándose si no se toman descansos. Por esta razón, el séptimo y último hábito de las personas altamente eficaces tiene que ver con el descanso y la renovación. Dedica tiempo a cuidar de ti mismo.
Mientras te esfuerzas por alcanzar tus ambiciones, es fácil quedar tan atrapado en la acción exterior que descuides el cuidado de tu propio bienestar. Por supuesto, se trata de un descuido peligroso, porque sin un cuerpo, una mente y un espíritu bien cuidados, todos tus demás hábitos eficaces empezarán a resentirse. Por eso es crucial que dediques tiempo y energía a renovarte continuamente en cuatro dimensiones diferentes.
La primera es la física.
La primera es la dimensión física. Esto significa cuidar tu cuerpo con ejercicio regular, una nutrición adecuada y mucho sueño reparador. Desarrollar estos hábitos saludables te dará la resistencia necesaria para seguir funcionando a largo plazo.
La segunda dimensión es la espiritual.
La segunda dimensión es la espiritual. Renovar esta dimensión consiste en entrar en contacto contigo mismo, con tus valores y con la belleza del mundo que te rodea. Cada día, dedica unos momentos a la contemplación silenciosa, la oración o la meditación consciente. Verás que estas prácticas te mantienen centrado y preparado para afrontar la adversidad.
La tercera dimensión es la mental.
La tercera dimensión es mental. Al igual que tu cuerpo, tu cerebro necesita entrenamientos regulares. Mantente alerta aprendiendo siempre algo nuevo. Practica nuevas habilidades, lee nuevos libros o intenta aprender un idioma extranjero. Estas aficiones enriquecen tu vida y te mantienen comprometido con el mundo que te rodea.
La cuarta y última dimensión es la mental.
La cuarta y última dimensión se refiere a los aspectos sociales y emocionales de tu vida. Perseguir la eficiencia no significa que tengas que sacrificar tu vida social. Todo lo contrario: es fundamental que alimentes tus relaciones personales y profesionales. Relaciónate regularmente con tus seres queridos, charla con tus colegas y juega con tus hijos.
Si te esfuerzas por ser eficiente, no tienes por qué sacrificar tu vida social.
Si te comprometes a renovar cada una de estas dimensiones, cosecharás recompensas continuamente. Con este hábito firmemente arraigado, siempre estarás preparado para actuar como una persona eficaz.
Conclusiones
El mensaje clave de estos resúmenes:
La superación personal no consiste en memorizar una serie de atajos y trucos que sólo funcionan en determinados contextos. En cambio, la forma más significativa de mejorar tu vida y ser más eficaz es desarrollar hábitos sólidos basados en principios rectores. Como persona eficaz, deberías:
Uno. Tomar el control proactivo de tu respuesta al mundo.
Dos.
Dos. Comenzar cada tarea con un resultado deseado.
Tres.
Tres. Prioriza anteponiendo lo primero a lo primero.
Cuatro.
Cuatro. Busca siempre el escenario en el que todos salgan ganando.
Cuatro.
Cinco. Construye relaciones más sólidas comprendiendo de verdad a los demás.
Seis. Crea una poderosa sinergia fomentando el intercambio abierto de ideas.
Y por último el número siete. Asegúrate de dedicarte tiempo a ti mismo.
Cuando interiorices estos consejos y trabajes para cultivar un compromiso con ellos a lo largo del tiempo, empezarás a cosechar poco a poco los frutos de una vida eficaz.
Consejos Accionables:
Consigue siempre una vida eficaz.
Sube siempre por la espiral ascendente.
Es importante tanto reconocer tus logros como comprometerte a mejorar continuamente. Sé consciente de tu camino de superación personal haciendo un seguimiento de tus éxitos. Haz una lista de las cualidades en las que te gustaría trabajar y evalúa tu rendimiento semana tras semana. Ver tus éxitos te ayudará a mantener el ánimo alto y te motivará para seguir adelante.